Simpáticas no son. Sutiles tampoco. Pero las agujas son un mal necesario que hay que enfrentar cada cierto tiempo, ya sea para analizar la salud general o para recibir una vacuna o tratamiento.
Una mala experiencia con una punción puede ser la base de un trauma prolongado. “Por eso es esencial que los padres y maestros procuren no alimentar asociaciones negativas innecesarias desde temprana edad. Hay papás que les dicen a sus niños que si se portan mal los van a puyar o que si se mueven durante la inyección se les va a partir la aguja adentro.
Eso, lejos de facilitar la experiencia, acentúa el miedo”, indica el psicólogo Aldana. Recurrir al machismo para prohibirle a un niño que llore o se exprese tampoco es buena idea. “O decir que un hombre es menos hombre si se deja inyectar en un glúteo es transmitir otro mensaje potencialmente perjudicial.
Lo más sano que pueden ofrecer los padres es apoyo y contención”. ¿Hay que advertirle al niño que puede doler? “Si se trata de la primera vez, tal vez no hay que ser tan explicativo.
Si el niño no lleva esas expectativas y sus padres transmiten ecuanimidad, probablemente esté más relajado y eso facilite el procedimiento. Más que mentir y decir que no duele, conviene que sea él quien determine si duele y cuánto”.
Ante experiencias posteriores, cabe explicar que unas inyecciones molestan y otras no tanto, pero que siempre el beneficio excederá por mucho esa incomodidad pasajera. Contreras señala que hay niños crecen entendiendo al personal de salud como unos “monstruos que puyan”. “Por eso les explicamos que, aunque duela un poquito, con esa vacuna no se van a enfermar de tal cosa o que con ese medicamento se van a sentir mejor”. Los refuerzos positivos también ayudan.
“Halagar a un niño o a un adulto por lo bien que se portó siempre es útil. Incluso, premiar con un detalle simbólico o una comida favorita puede contribuir a minimizar la molestia de esa experiencia”, indica Aldana.
Una mala experiencia con una punción puede ser la base de un trauma prolongado. “Por eso es esencial que los padres y maestros procuren no alimentar asociaciones negativas innecesarias desde temprana edad. Hay papás que les dicen a sus niños que si se portan mal los van a puyar o que si se mueven durante la inyección se les va a partir la aguja adentro.
Eso, lejos de facilitar la experiencia, acentúa el miedo”, indica el psicólogo Aldana. Recurrir al machismo para prohibirle a un niño que llore o se exprese tampoco es buena idea. “O decir que un hombre es menos hombre si se deja inyectar en un glúteo es transmitir otro mensaje potencialmente perjudicial.
Lo más sano que pueden ofrecer los padres es apoyo y contención”. ¿Hay que advertirle al niño que puede doler? “Si se trata de la primera vez, tal vez no hay que ser tan explicativo.
Si el niño no lleva esas expectativas y sus padres transmiten ecuanimidad, probablemente esté más relajado y eso facilite el procedimiento. Más que mentir y decir que no duele, conviene que sea él quien determine si duele y cuánto”.
Ante experiencias posteriores, cabe explicar que unas inyecciones molestan y otras no tanto, pero que siempre el beneficio excederá por mucho esa incomodidad pasajera. Contreras señala que hay niños crecen entendiendo al personal de salud como unos “monstruos que puyan”. “Por eso les explicamos que, aunque duela un poquito, con esa vacuna no se van a enfermar de tal cosa o que con ese medicamento se van a sentir mejor”. Los refuerzos positivos también ayudan.
“Halagar a un niño o a un adulto por lo bien que se portó siempre es útil. Incluso, premiar con un detalle simbólico o una comida favorita puede contribuir a minimizar la molestia de esa experiencia”, indica Aldana.
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