Ali Hussein Kadhim, un soldado iraquí shiita, creyó que serían sus últimos momentos de vida. Era el cuarto en la fila de condenados por el Estado Islámico (ISIS). Cuando vio que el primero de la línea fue asesinado, recordó la cara de su hija llamándolo. Su increíble hazaña fue salvarse de una de las peores masacres perpetradas por el grupo.
Corría el mes de junio. Estaban en lo que alguna vez fue el palacio de Saddam Hussein en Tikrit. Ahí sería sentenciado al igual que el resto de sus compañeros. Cuando llegó su turno, sintió como la bala le rozó su cabeza.
Momentos después, los tiradores caminaron recorriendo cada cadáver. En eso se dieron cuenta que uno continuaba respirando: se trataba de Ali, quien había fingido que el disparo lo había matado.
"Déjalo que sufra, es un infiel shiita, déjalo que sangre", dijo uno de los militantes. "En ese punto yo tenía un gran deseo de vivir", señala el soldado durante una entrevista para The New York Times.
Ali esperó cuatro horas hasta que oscureció y el silencio era completo. A 182 metros se encontraba el río Tigris.
Logró escapar por la rivera del río cerca de la medianoche. Aunque el agua era fría y la corriente fuerte, se las arregló para cruzar al otro lado.
El Secretario de Defensa reconoció que "ISIS" es uno de los grupos extremistas más bélicos al que EEUU ha enfrentado
En la distancia escuchaba disparos. Caminó cerca de 800 metros hasta encontrar un refugio en donde se quedó profundamente dormido.
Gracias a la ayuda de una familia sunnita, pudo llegar hasta el pueblo de Al Alam. Ahí buscó la casa del jefe tribal sunnita Khamis al-Jubouri, quien había estado operando un sistema subterráneo de trenes para los soldados shiitas.
Ali se quedó con el jefe cerca de dos semanas, hasta que se le consideró lo suficientemente seguro viajar a Erbil, una región autónoma kurda. Durante su recorrido tuvieron que atravesar varios retenes de ISIS.
Corría el mes de junio. Estaban en lo que alguna vez fue el palacio de Saddam Hussein en Tikrit. Ahí sería sentenciado al igual que el resto de sus compañeros. Cuando llegó su turno, sintió como la bala le rozó su cabeza.
Momentos después, los tiradores caminaron recorriendo cada cadáver. En eso se dieron cuenta que uno continuaba respirando: se trataba de Ali, quien había fingido que el disparo lo había matado.
"Déjalo que sufra, es un infiel shiita, déjalo que sangre", dijo uno de los militantes. "En ese punto yo tenía un gran deseo de vivir", señala el soldado durante una entrevista para The New York Times.
Ali esperó cuatro horas hasta que oscureció y el silencio era completo. A 182 metros se encontraba el río Tigris.
Logró escapar por la rivera del río cerca de la medianoche. Aunque el agua era fría y la corriente fuerte, se las arregló para cruzar al otro lado.
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En la distancia escuchaba disparos. Caminó cerca de 800 metros hasta encontrar un refugio en donde se quedó profundamente dormido.
Gracias a la ayuda de una familia sunnita, pudo llegar hasta el pueblo de Al Alam. Ahí buscó la casa del jefe tribal sunnita Khamis al-Jubouri, quien había estado operando un sistema subterráneo de trenes para los soldados shiitas.
Ali se quedó con el jefe cerca de dos semanas, hasta que se le consideró lo suficientemente seguro viajar a Erbil, una región autónoma kurda. Durante su recorrido tuvieron que atravesar varios retenes de ISIS.
Cuando finalmente llegó a su casa, se sentía más que contento. Aunque su familia lloraba, él reía. Su pequeña hija no lo reconoció porque había perdido peso y su barba era abundante.