En la Estación Espacial Internacional se analizan a diario la sangre, el orín y la saliva de los astronautas. Ellos mismos se toman las muestras, pese a que siempre hay al menos dos oficiales médicos con formación básica. La tripulación sabe manipular pacientes, ponerles inyecciones, suministrarles oxígeno o usar un desfibrilador. La estación tiene todo tipo de fármacos y conexión permanente con un equipo médico de la NASA y las agencias espaciales rusa, europea y japonesa. Aunque cumplen ocho días de aislamiento previo al despegue para evitar contagios, la tripulación está muy expuesta a las enfermedades.
En la Tierra, un estornudo propulsa los gérmenes hasta dos metros; pero sin gravedad, los microbios flotan hasta depositarse en una superficie sin que el sistema de ventilación los elimine. Por razones aún desconocidas, el sistema inmune decae en el espacio y los patógenos se fortalecen, y se ha demostrado que los fármacos pierden eficacia por la microgravedad y la radiación continua.