El joven Will Purvis fue juzgado por el asesinato de un granjero en Columbia, Mississippi, y aunque insistió durante todo el juicio que era inocente, los doce jurados lo encontraron culpable. A continuación fue sentenciado a la horca y se le sacó de la sala del tribunal:
Purvis les gritó a los jurados:
-Viviré para ver como muere el último de vosotros.
El 7 de febrero de 1894, Purvis se hallaba en el patíbulo, con un recio nudo corredizo en torno al cuello. Pero en vez de quedar colgando y con el cuello roto al abrirse la trampilla, Purvis cayó recto por la trampilla. De manera misteriosa, el nudo corredizo se había desanudado y, por lo tanto, el lazo se deslizó por la cabeza del condenado. los agentes volvieron a atar el nudo corredizo y se preparó por segunda vez la ejecución. Sin embargo, la multitud que se había congregado en el lugar tenía una opinión diferente. Para ellos, la salvación de Purvis era un milagro y, obviamente, no se le debía ahorcar. Gritando, cantando y chillando alabanzas a Dios, los espectadores tuvieron la suficiente influencia como para que se pospusiera la ejecución. Se rechazaron varias apelaciones presentadas por el abogado de Purvis y se volvió a fijar el ahorcamiento para el 12 de diciembre de 1895, a pesar de hecho de que Purvis era ahora una figura popular.
Unas cuantas noches antes de la segunda ejecución programada, un pequeño número de admiradores sacó a Purvis de la cárcel y éste se ocultó en espera de la llegada del mandato de un nuevo gobernador que mostrase más simpatía por su apuro. No obstante, en 1896 se entregó y la sentencia se le conmutó por cadena perpetua.
En 1898, una serie de cartas y una opinión pública favorable dio finalmente sus frutos. Purvis fue indultado y liberado de la prisión. Pero no fue hasta 1917 cuando quedó vindicado. En su lecho de muerte, un hombre llamado Joseph Beard confesó ser el asesino por el que Purvis estuvo a punto de ser ejecutado.
Para coronar su curioso caso, Purvis murió el 13 de octubre de 1938, tres días después del fallecimiento del último jurado superviviente del juicio. tal y como había prometido, Purvis los sobrevivió a todos ellos.
Purvis les gritó a los jurados:
-Viviré para ver como muere el último de vosotros.
El 7 de febrero de 1894, Purvis se hallaba en el patíbulo, con un recio nudo corredizo en torno al cuello. Pero en vez de quedar colgando y con el cuello roto al abrirse la trampilla, Purvis cayó recto por la trampilla. De manera misteriosa, el nudo corredizo se había desanudado y, por lo tanto, el lazo se deslizó por la cabeza del condenado. los agentes volvieron a atar el nudo corredizo y se preparó por segunda vez la ejecución. Sin embargo, la multitud que se había congregado en el lugar tenía una opinión diferente. Para ellos, la salvación de Purvis era un milagro y, obviamente, no se le debía ahorcar. Gritando, cantando y chillando alabanzas a Dios, los espectadores tuvieron la suficiente influencia como para que se pospusiera la ejecución. Se rechazaron varias apelaciones presentadas por el abogado de Purvis y se volvió a fijar el ahorcamiento para el 12 de diciembre de 1895, a pesar de hecho de que Purvis era ahora una figura popular.
Unas cuantas noches antes de la segunda ejecución programada, un pequeño número de admiradores sacó a Purvis de la cárcel y éste se ocultó en espera de la llegada del mandato de un nuevo gobernador que mostrase más simpatía por su apuro. No obstante, en 1896 se entregó y la sentencia se le conmutó por cadena perpetua.
En 1898, una serie de cartas y una opinión pública favorable dio finalmente sus frutos. Purvis fue indultado y liberado de la prisión. Pero no fue hasta 1917 cuando quedó vindicado. En su lecho de muerte, un hombre llamado Joseph Beard confesó ser el asesino por el que Purvis estuvo a punto de ser ejecutado.
Para coronar su curioso caso, Purvis murió el 13 de octubre de 1938, tres días después del fallecimiento del último jurado superviviente del juicio. tal y como había prometido, Purvis los sobrevivió a todos ellos.
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