La melancolía se apodera de algunas personas cuando llegan los festejos navideños. En ocasiones (la mayoría) se debe a la ausencia de un ser querido, especialmente cuando es el primer año que hay que brindar sin él en Nochebuena.
“El dolor que sentimos ante la falta de alguien próximo tiene una solución inmediata: hacer el duelo. Es lógico encontrarse triste, sobre todo con las primeras navidades sin estas personas. No hay que luchar contra esos sentimientos, pero al mismo tiempo debemos dejar espacio para otras emociones”, explica Eva Icarán, especialista del Instituto de Psicología y Pedagogía de la Universidad Europea CEES, en Madrid.
La psicóloga matiza que “hay que aprender a diferenciar la pena propia de la pena que se supone que debemos sentir. Reunirse con amistades o familiares y disfrutar de su compañía no implica traicionar la memoria de alguien que ya no está”.
Otras tristezas, otras causas
A pesar de que el duelo es la explicación de un gran número de “tristezas navideñas”, lo cierto es que para otras personas no existe tal razón. Estos estados de melancolía sin causa aparente pueden emplearse como un medio positivo de conocimiento, en vez de como una mera fórmula para la autocompasión.
De hecho, según comenta Eva Icarán, “parece que rehuimos de la tristeza y de la melancolía como de algo muy negativo, cuando en realidad se trata de emociones que nos aportan mucha información, si sabemos escucharlas”.
En general se abusa del término “depresión” que se emplea para englobar sentimientos propios del ser humano (como la tristeza) y que no deben considerarse una enfermedad, al contrario que con las verdaderas depresiones.
Una postura que suele adoptarse para evitar los sentimientos melancólicos de Navidad es la huida, entendida desde un punto de vista literal (viajes a países exóticos) o bien de forma figurada (no participación en los ritos y costumbres típicas).
“Esta fórmula puede funcionar en ocasiones, pero no es una solución. Lo idóneo sería reflexionar sobre los auténticos motivos que amargan nuestras fiestas y asumirlos –por ejemplo, en caso de que nos entristezca pensar en la situación mundial- o intentar cambiarlos –cuando se trata de un problema de índole personal, como una desilusión o una falta de motivaciones-. De esta forma se puede intentar que el sufrimiento no sea siempre el protagonista”, indica la psicóloga.
“El dolor que sentimos ante la falta de alguien próximo tiene una solución inmediata: hacer el duelo. Es lógico encontrarse triste, sobre todo con las primeras navidades sin estas personas. No hay que luchar contra esos sentimientos, pero al mismo tiempo debemos dejar espacio para otras emociones”, explica Eva Icarán, especialista del Instituto de Psicología y Pedagogía de la Universidad Europea CEES, en Madrid.
La psicóloga matiza que “hay que aprender a diferenciar la pena propia de la pena que se supone que debemos sentir. Reunirse con amistades o familiares y disfrutar de su compañía no implica traicionar la memoria de alguien que ya no está”.
Otras tristezas, otras causas
A pesar de que el duelo es la explicación de un gran número de “tristezas navideñas”, lo cierto es que para otras personas no existe tal razón. Estos estados de melancolía sin causa aparente pueden emplearse como un medio positivo de conocimiento, en vez de como una mera fórmula para la autocompasión.
De hecho, según comenta Eva Icarán, “parece que rehuimos de la tristeza y de la melancolía como de algo muy negativo, cuando en realidad se trata de emociones que nos aportan mucha información, si sabemos escucharlas”.
En general se abusa del término “depresión” que se emplea para englobar sentimientos propios del ser humano (como la tristeza) y que no deben considerarse una enfermedad, al contrario que con las verdaderas depresiones.
Una postura que suele adoptarse para evitar los sentimientos melancólicos de Navidad es la huida, entendida desde un punto de vista literal (viajes a países exóticos) o bien de forma figurada (no participación en los ritos y costumbres típicas).
“Esta fórmula puede funcionar en ocasiones, pero no es una solución. Lo idóneo sería reflexionar sobre los auténticos motivos que amargan nuestras fiestas y asumirlos –por ejemplo, en caso de que nos entristezca pensar en la situación mundial- o intentar cambiarlos –cuando se trata de un problema de índole personal, como una desilusión o una falta de motivaciones-. De esta forma se puede intentar que el sufrimiento no sea siempre el protagonista”, indica la psicóloga.